Nuestros antepasados Muyscas que, aproximadamente, desde el siglo IX habitaron la región de Cundinamarca y Boyacá, tenían una forma singular de contar los números: empleaban los dedos de las manos y de los pies; es decir, contaban en base veinte, igual que los Mayas de Mesoamérica y, a su sistema de numeración, le llamaron Muyscubin. Empezaban contando con los dedos de las manos y nombraban Ata para decir uno, Boza para decir dos, Mica para decir tres, Muihica para decir cuatro, Hysca para decir cinco, Ta para decir seis, Cuhupcua para decir siete, Suhuza para decir ocho, Aca para decir nueve, Ubchihica para decir diez. Luego al pasar a contar con los dedos de los pies, anteponían la palabra quihicha que significa pie. Para nombrar el número once decían, quihicha ata; el número doce, quihicha boza; el número trece, quihicha mica; el número catorce, quihicha muihica; el número quince, quihicha hysca; y así continuaban hasta llegar al veinte al que se nombraba Gueta.
Al nombrar los números, en especial del uno al diez y el veinte, también evocaban ciertas acciones claves para su entendimiento, de modo que cada número además de servir para contar, era un camino de viaje a la memoria, pues, a través del significado de los números hacían conexión con sus historias míticas, sus dioses y sus actividades agrícolas, económicas y litúrgicas. Cifra como el seis indicaba sembrar; siete, cosechar; ocho, extraer minerales e intercambiar productos; nueve, gestar vida y alumbrar; diez, pintar y escribir gráficamente la memoria de la “casa”; y la noción de casa también designaba el cuerpo, el templo, el pueblo y el territorio.
El libro muestra que cada número, de acuerdo a su simbolismo, expresaba ideas, imágenes y cosas de vital importancia para su vida diaria y su visión del mundo. Por ejemplo, al referirse al número 1/ata daban a entender que para ellos el origen de la vida tuvo lugar en el agua con la aparición de una “rana en acción de brincar”, cuando la Luna Chie, que es la Señora del Tiempo, abrió su “boca”. La palabra clave “boca abierta” significa la apertura de la “puerta” de su casa-cuerpo-lunar para dejar salir lo que se hallaba oculto en su interior. Así es como ata, término que a su vez significa “cueva de aguas cósmicas”, propicia la fertilidad acuática: el momento en que la rana, como personificación mítica de la Luna, viaja en descenso al ombligo de las aguas primeras para plantar la(s) semilla(s) de la vida y el inicio del tiempo.
Para este pueblo milenario, los números tenían una historia que contarnos acerca de cómo nació el agua, el viento, la tierra, las montañas, los ríos, los bosques; de cómo las piedras pintadas, los tiestos de cerámica y las mantas de algodón hablaban de sus dioses, de las estrellas y sus antepasados. La obra cuenta que fue hace muchas lunas, cuando la abuela Bague, habitante misteriosa de la laguna de Guatavita, inicia su viaje en la “nave del tiempo” para aparecer “aquí” de repente, en una noche de luna llena, contando una historia fascinante a los niños que estaban de vacaciones en Guatavita, avistando la laguna desde uno de sus elevados cerros.
Los aportes históricos y la investigación desarrollada en el libro Muysca: Números, mitos y arte rupestre, hacen posible que la exploración literaria y plástica de la presente obra se conduzca hacia una narrativa infantil, invitándote a ti, al lector, al niño, al joven y al adulto, a redescubrir con otros ojos los mitos de origen de Bague, Chiminigagua, Cuzafiva, Chibchacum y Bochica, con una nueva perspectiva: la del Calendario y la del grafismo rupestre cundiboyacense, en una evocación del pasado prehispánico. Obra que invita a la curiosidad, al diálogo y a la pregunta en un importante aporte pedagógico, estético y literario.
Las ilustraciones, realizadas en un proceso de exploración personal, son una suerte de collage que fue posible materializar gracias a las herramientas y a las técnicas de fusión digital. Y consisten en una composición plástica de dibujos a tinta y lápices de colores con figuras hechas en mosaicos de piedras y semillas. Figuras bidimensionales que van tejiendo y destejiendo los personajes a medida que se exploran imaginarios completamente nuevos y desconocidos, constelaciones de imágenes en las que los mitos antiguos son captados como ensoñaciones. A esto se refiere Carl Gustavo Jung al decir que “cuánto más arcaico y profundo es el símbolo…, más llega a ser colectivo y universal”.
Escrito por:
Luz Myriam Gutiérrez Gracia