Un mundo de símbolos vive en nosotros
Estamos tan acostumbrados a movernos en un mundo de símbolos –en la vida cotidiana, en nuestras áreas de trabajo, de esparcimiento o de estudio– que no hemos visto la necesidad de detenernos a pensar por qué, ¿de dónde proceden esos símbolos, cómo aparecen? Acaso, ¿nacen o se hacen, se descubren o se inventan?
Pensar es una actividad mental en la que no solo utilizamos la razón, al pensar pensamos en imágenes; incluso para solucionar aspectos matemáticos o para formular una idea, recurrimos a imágenes o a la figura del símbolo. Pero, que tan conscientes somos de ello. Pensar gráficamente los problemas ayuda a fortalecer la memoria y las estrategias del aprendizaje y de la comunicación. Olives Puig expone una premisa de la contemplación, a propósito de la obra de Dante Alighieri: “Cuando contemplamos algo, la cascada, el pájaro, el fuego, ocurre el símbolo en nosotros… Reconocemos lo Uno en el Todo”.
La historia del símbolo atestigua que todo objeto puede revestirse de un valor simbólico, ya sea natural (piedras, árboles, metales, animales, montañas, ríos, océanos,…) o abstracto (forma geométrica, número, ritmo, idea, etc.). (Chevalier 1995, 22)
Si vivimos en un mundo de símbolos es porque “un mundo de símbolos vive en nosotros” (Chevalier 1995, 15). Y depende del contexto cultural para que ciertos símbolos se consideren vivos, y otros, muertos. Por ejemplo, los símbolos vivos que hablan de nuestro presente no son los mismos símbolos que resonaron en el pasado precolombino. Aún así, hay un motivo que nos acompaña en nuestra cotidianidad que los ciudadanos de a pie reconocemos –con el atenuante que éste no tiene la profundidad ni el contexto religioso ancestral que le dio origen–. Se trata del motivo de la rana, emblema o figura adoptada convencionalmente por la empresa de Acueducto de Bogotá para indicar la fuente hídrica que sirve a la ciudad. El motivo, en su antigua relación con lo público, consistió en el diseño muysca de una rana grabada en las tapas metálicas dispuestas a ras de suelo las cuales aún distinguimos en los andenes de la ciudad. Es el logo que asociamos de inmediato con la empresa y que nos indica que la rana es un símbolo acuático por excelencia. Reconocer la resonancia de la rana en los antiguos muyscas es descubrir que se trata de uno de los signos claves del calendario lunar y del sistema de numeración y que, entre muchos de sus valores simbólicos, se identifica con el número uno al que llamaron antiguamente ata.
Los muyscas fue un pueblo milenario que habitó los territorios de Cundinamarca y Boyacá y, desde la época de la conquista hasta la actualidad, ha sido ampliamente documentado y estudiado. Y para tratar de entender las diferencias culturales entre nuestros antepasados cundiboyacenses y nosotros, resalto el trabajo reciente del arqueólogo, Carl Henrik Langebaek (2019), quien ofrece un relato crítico y nos sumerge en interrogantes, desmontando “mitos” o ideas erradas que nos hicimos acerca de los muyscas y su historia. Mi libro titulado Muysca: Números, mitos y arte rupestre, atestigua que los números en relación con el calendario, se revisten de un valor simbólico crucial para el conocimiento religioso en la identificación de aspectos claves de su cosmogonía, de su antropogonía y de sus dioses.
Los símbolos numéricos de la cultura Muysca es un tema que no sólo interesa a la matemática, a la astronomía y a la antropología al tratar su antiguo sistema de producción agrícola que es en el contexto donde los números realzan su aplicación. Interesa al artista, al semiólogo, al historiador de las religiones, al especialista en símbolos. A simple vista, el planteamiento del calendario y su sistema de numeración, muestra que existen unos símbolos que exponen una inmensa red de relaciones. Sin embargo, el contenido religioso del sistema numérico y del calendario apenas si fue mencionado pero no ahondado. Pues se trató de una información que procedía de los campesinos indígenas de
Lenguazaque y Gachancipá cuando el fraile José Domingo Duquesne, hacia el año 1795, tuvo la importante disposición de recibirla y recopilarla. Es decir, no fue una información que saliera de la voz de los mismos sacerdotes astrónomos, capitanes o caciques muyscas que, para entonces, ya habían desaparecido.
Símbolos numéricos muyscas: explosión de lo uno hacia lo múltiple
¿Cuáles son esos enlaces simbólicos que proponen los números muyscas? La obra publicada identifica que en los números uno/ata, dos/boza, tres/mica, cuatro/muihica y cinco/hysca ocurre algo sorprendente: la epifanía de los dioses y de los mitos. Esto significa que estos números, además de haberse considerado sagrados, corresponden a la conformación de cinco Edades Mitológicas. De hecho, estos números nos orientan en la identificación del orden de aparición de los dioses y de los acontecimientos míticos, gracias a que sus enlaces simbólicos funcionan exponiendo una coherencia con aspectos claves de su cosmología y de la Luna como entidad sobrenatural que define el conteo del tiempo desde el “Principio de los Tiempos”, in illo tempore.
A la pregunta si los números del uno al cinco contienen una cronología, la respuesta es sí. El cronista Duquesne, nos lo da a entender al recopilar la información de los signos o jeroglifos presentes en la matriz de piedra (Piedra Cosmogénica) que los indígenas campesinos de aquel entonces interpretaron y leyeron. Y es aquí donde se informa de su cronología, pues indica que los primeros cinco números completan un período lunar de nueve años muyscas más cinco lunas y, a sabiendas que esta cronología se identifica con el primer ciclo astronómico, nos demuestra que este período es cosmogónico.
La cosa se va volviendo cada vez más interesante cuando identifico que los signos o imágenes gráficas de esta piedra –que he identificado como la Piedra Cosmogénica– son los componentes simbólicos articulados a cada uno de los números. Esto es porque cada número es un período mitológico que va configurando la “Creación del mundo” en diferentes etapas para dar forma a todo lo existente, a los dioses, a las gentes y a la geografía del paisaje. Pues la construcción de su mundo, de su espacio y de su territorio tuvo lugar en tiempos míticos. Y éste es un tiempo simbólico que procede “por explosión de lo uno hacia lo múltiple”:
El pensamiento simbólico contrariamente al pensamiento científico no procede por reducción de lo múltiple hacia lo uno, sino por explosión de lo uno hacia lo múltiple, a fin de percibir mejor en un segundo tiempo la unidad de los múltiple. (Chevalier 1995, 17)
Todo indica que el tiempo mitológico Muysca contiene una cronología vigesimal de 185 lunas, y decimal de 113 lunas. La decimal nos lleva al cómputo de 9 años “rurales” y 5 lunas. Importante, porque al extraer ese período en días, se observa algo muy interesante. La cifra es 3.333 días para la cronología de las cinco Edades Mitológicas, y 666 días para cada Edad Mitológica. Esta dimensión mítica del espacio-tiempo para cada número y para los cinco números consiste en la identificación de un “Tiempo Sagrado”: el período en el que se llevaron a cabo los episodios mitológicos con un alto contenido astrológico y numerológico.
La explosión de lo uno hacia lo múltiple es, por excelencia, la manera como opera el símbolo. Y este modelo explosivo aplica a los números muyscas y sus valores mítico-simbólico-religiosos en una secuencia de manifestación que va de la unidad a la dualidad para luego desencadenar la multiplicidad y la complejidad –conducción mítica del caos hacia el cosmos–. A manera de síntesis expondré que dicho estallido tiene lugar en los números del uno al cinco y que, por ser símbolos del espacio y el tiempo, funcionan en un ciclo repetitivo que Mircea Eliade identificó a manera de eterno retorno.
Los números van construyendo las nociones espaciales-cosmológicas (cielo, tierra y submundo) junto con los elementos (agua, aire, tierra, fuego, vegetación) y los cinco puntos cardinales (sur, norte, oriente, occidente y centro o Quincunce), en analogía con el simbolismo de los colores.
Autor: Luz Myriam Gutiérrez Gracia